Dime que podré hacerlo, y lo haré mejor
Las expectativas que los demás depositan en nosotros, así como nuestra confianza en el momento de abordar cualquier empresa, tienen un peso decisivo en la competencia que desplegaremos. Hasta el punto de que la incompetencia en matemáticas atribuida popularmente al género femenino podría basarse simplemente en que no se espera que las mujeres sean tan brillantes en matemáticas como los hombres.
Para poner en evidencia este poderoso efecto de las disposiciones mentales, se llevo a cabo un experimento con un grupo de diez estudiantes al que evaluó de forma individual con un mismo y sencillo puzzle. Se dividió la clase al azar, sin que tuvieran influencia las puntuaciones, y les comunicó a los estudiantes que uno de los dos grupos lo había hecho mejor que el otro “porque evidentemente tenían talento”. Al otro grupo les dijo que lo habían hecho bien “porque habían trabajado mucho”.
Después de mandar esos mensajes, se preguntó a ambos grupos si querían realizar otra prueba más difícil o, por el contrario, preferían repetir la misma. El grupo de “talentos” prefirió repetirla; la mayoría de los “trabajadores” aceptaron el reto de probar con una más difícil.
Cuando se examinó a ambos grupos con un nuevo puzzle más complicado, los trabajadores vencieron a los talentosos, y sin embargo no había diferencias académicas o de CI entre ellos, sino tan sólo una disposición mental diferente. Este estudio mostró el poder perjudicial de la categorización positiva: los talentosos sintieron de repente que eran unos fracasados. Pero la categorización negativa puede ser aún peor. Se han observado que incluso rellenar unas simples casillas en el encabezado de un test indicando la raza o el sexo puede conllevar unas puntuaciones inferiores.
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